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Homenaje al socio excombatiente Marcelo Aceto

Homenaje al socio excombatiente Marcelo Aceto

En ocasión del próximo partido frente a Barracas Central que se disputará el próximo viernes 8/4 19:05 hs. en Villa Crespo, Atlanta le entregará una distinción al socio Marcelo Aceto, de 53 años, por su participación en la guerra de Malvinas en 1982. Además de su actuación en defensa de la soberanía nacional en el Atlántico Sur, Aceto integró la Comisión de Apoyo que se formó en 1990 para levantar la quiebra judicial del club y evitar su cierre. Para conocer su experiencia y trayectoria, reproducimos una entrevista que le había realizado en 2012 Edgardo Imas para el ya desaparecido sitio Sentimiento Bohemio.

Marcelo Aceto (a la derecha) sostiene un cartel aludiendo a la fecha y al lugar en que fue tomada la foto. Era la hora 14 del 2 de abril de 1982, en Puerto Argentino, con las islas Malvinas recuperadas.

Marcelo Aceto (a la derecha) sostiene un cartel aludiendo a la fecha y al lugar en que fue tomada la foto. Era la hora 14 del 2 de abril de 1982, en Puerto Argentino, con las islas Malvinas recuperadas.

MALVINAS: TREINTA AÑOS

“Atlanta fue uno de mis cables a tierra”

Hincha del Bohemio desde siempre, Marcelo Aceto estuvo entre los primeros argentinos que arribaron a las islas Malvinas el 2 de abril de 1982. Permaneció en el archipiélago hasta el fin de la guerra, cuando la dictadura resolvió rendirse a los colonialistas británicos. Tres décadas después cuenta su vida durante el conflicto y luego como excombatiente, así como la experiencia de haber integrado la Comisión de Apoyo que tanto hizo para que Atlanta pudiera levantar la quiebra judicial.

POR EDGARDO IMAS (@EdgImas)

El año pasado, la gente de la peña bohemia de la zona norte le entregó al socio Marcelo Aceto una plaqueta en homenaje a su condición de excombatiente de Malvinas. “Hasta ese momento casi nadie sabía que yo había estado en Malvinas. Yo lo había comentado con pocos”, dice.

Marcelo Aceto tiene 49 años. Nació el 18 de mayo de 1962, a una cuadra del parque Centenario y vivió muchos años en Thames y Loyola. Como era habitual en entre los niños de Villa Crespo, desde muy temprana edad frecuentó Atlanta.

Ya adolescente, ingresó en la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA), donde durante dos años cursó la carrera de maquinista naval. Una vez recibido, en 1981 comenzó a recorrer el escalafón de la Marina como suboficial, para lo cual se trasladó a Puerto Belgrano para embarcarse. Allí lo designaron como parte de la dotación del destructor misilístico “Santísima Trinidad”, que era uno de los buques de la Armada más modernos en esa época, con torpedos, helicópteros y misiles antiaéreos.

Nave insignia durante la guerra en el Atlántico Sur, desde el “Santísima Trinidad” partieron los comandos de la Marina que, al mando del capitán de navío Pedro Giachino, el 1.° de abril de 1982 desembarcaron cerca de Puerto Argentino. Paradójicamente, y como evidencia de la estrecha colaboración —que se había acentuado durante la última dictadura cívico-militar— entre las fuerzas armadas argentinas y los imperialismos norteamericano e inglés, en el armado y puesta a punto del destructor tuvieron mucho que ver los británicos.

“Nosotros viajamos a Londres, donde estuvimos casi un año, para que los británicos terminaran de armar y dejaran el buque listo para entrar en servicio”, cuenta Aceto.

El "Santísima Trinidad", en 1981, en Londres. Meses después sería la nave insignia de la Armada en el operativo de ocupación y recuperación de las Malvinas.

El "Santísima Trinidad", en 1981, en Londres. Meses después sería la nave insignia de la Armada en el operativo de ocupación y recuperación de las Malvinas.

“De regreso en la Argentina, nos dieron una licencia para que nos acomodáramos acá luego de un año de ausencia. Pero al mes nos dieron la orden de embarcarnos urgentemente, sin decirnos con qué fin. Nos pareció algo extraño, aunque pensábamos que, como el destructor era una especie de ‘vedette’, querrían realizar algún tipo de ejercicio militar naval de rutina. De todos modos, nos llamó un poco la atención cierto despliegue y el hecho de que a bordo estuvieran el capitán Giachino y sus comandos”, narra Aceto acerca de los días previos a aquel 2 de abril de 1982.

Así, el 27 de marzo lo sorprendió a Aceto zarpando nuevamente y navegando a mar abierto sin saber adónde se dirigía.

—Teniendo en cuenta que el desembarco fue el 1.° de abril por la noche, ¿cuándo se enteraron a bordo que se iban a ocupar las islas Malvinas?

—El 1.° por la tarde tuvimos una charla técnica donde nos explicaron cómo se iba a desarrollar la operación Rosario, de recuperación de las islas.

—¿Cómo recibieron el anuncio?

—A bordo éramos unos trescientos tripulantes y no había conscriptos. Luego del anuncio, el clima era muy bueno, muy profesional, porque veníamos preparados, pero estábamos sorprendidos de la operación en sí y no teníamos idea de la trascendencia de lo que iba a pasar. Entonces, fue un sacudón a la tarde, hasta que, hablando con los comandos, fuimos tomando un conocimiento más cabal de lo que vendría. A las 21 de aquel día salió el primer kayak de reconocimiento con un comando anfibio a bordo y estableció el lugar exacto del desembarco. Luego nosotros comenzamos el desembarco entre las 21.30 y las 22, como apoyo al capitán Giachino. En dos grupos separados marchamos hacia el centro de Puerto Argentino, para recuperar el gobierno de la isla.

—¿Cuál fue la reacción de los isleños?

—Siempre tuvimos la sospecha de que ellos pensaban que algo iba a pasar y, por lo visto, se replegaron hasta la municipalidad. Había una orden de no disparar porque sí, y fue una toma superlimpia, impecable, con excepción de que, cuando ya pensábamos que todo iba a estar bien y que se habían rendido todos, hubo disparos que mataron a Giachino e hirieron al marinero Urbina, compañero nuestro, que había tratado de asistir al capitán. Se escaparon dos comandos ingleses, a quienes recién al mediodía pudimos capturar, con lo cual se normalizó la situación. Se leyó un comunicado en inglés y en castellano para informar a la población.

—¿Hasta cuándo permaneciste en Malvinas?

—Nos quedamos una semana, hasta cuando se completó el desembarco general de tropas y el Ejército tomó el control, ya que asumió el general Menéndez. Como en nuestro caso estábamos muy “jugados” con el combustible y las provisiones del barco, navegamos a Puerto Madryn para abastecernos. Luego volvimos a Malvinas donde el destructor permaneció durante todo el conflicto en aguas cercanas a las islas, ya que funcionábamos como una especie de radar del despegue y de la llegada, algo así como una torre de control. Yo estuve hasta la rendición, debido a que nuestro buque fue el garante de la entrega de los prisioneros argentinos embarcados en el “Canberra” y trasladados a Madryn. Es decir, los escoltamos, yendo y viniendo dos o tres veces desde las islas al continente.

—¿El “Santísima Trinidad” entró en combate?

—Estuvimos cerca del submarino que hundió al crucero “General Belgrano”, en lo que fue lo más doloroso de la guerra, pues teníamos muchos compañeros de estudio allí. Por el desciframiento de mensajes se pudo saber que la siguiente unidad que pensaban atacar era la nuestra, debido al grado de convivencia que habíamos tenido con los ingleses hasta tres meses antes de la guerra. Ahí empezó lo que fue la verdadera guerra para nosotros: estar pegados durante ocho días al mismo submarino británico que había hundido al “Belgrano”. Esto era un tema sumamente electrónico y, una vez que ellos salieron a perseguirnos, no nos dimos tregua. No hubo encuentro porque nadie cometió el error de quedarse a una distancia que le permitiera recibir el poder de fuego del otro bando.

El destructor "Santísima Trinidad", buque de la Armada argentina, desde donde partieron los primeros comandos que recuperaron las islas el 2 de abril de 1982. Marcelo Aceto perteneció a su tripulación como maquinista naval.

El destructor "Santísima Trinidad", buque de la Armada argentina, desde donde partieron los primeros comandos que recuperaron las islas el 2 de abril de 1982. Marcelo Aceto perteneció a su tripulación como maquinista naval.

—¿Aún está en actividad esa nave?

—El destructor está en Puerto Belgrano y fuera de servicio. Estamos luchando para que una ley lo declare como buque museo. El 28 de abril nos volveremos a encontrar a bordo de él para participar en una ceremonia luego de treinta años.

Marcelo Aceto, con la camiseta de Atlanta obsequiada por el uruguayo Ricardo Espala, en una base naval inglesa en Londres, en 1981. Había concurrido con varios marineros más para trabajar con los ingleses en la puesta a punto del buque de la Marina "Santísima Trinidad".

Marcelo Aceto, con la camiseta de Atlanta obsequiada por el uruguayo Ricardo Espala, en una base naval inglesa en Londres, en 1981. Había concurrido con varios marineros más para trabajar con los ingleses en la puesta a punto del buque de la Marina "Santísima Trinidad".

—¿Cuál es tu evaluación de lo ocurrido bélicamente?

—Nosotros habíamos trabajado cuerpo a cuerpo con los ingleses, así que sabíamos de quiénes se trataba y que la recuperación de las islas no iba a quedar así no más. Había sido una mojada de oreja muy grande y Thatcher estaba en el peor momento de su gobierno. Nosotros siempre supimos por dónde navegaba la flota inglesa. Incluso solicitamos en varias oportunidades permiso para atacarlos, pero que no nos fue otorgado desde acá. Fuimos viendo cómo los teníamos y no los teníamos. Así y todo, el daño que se les causó fue importante, porque no se las llevaron de arriba. Ajustando algunas cosas, hubiera sido peor para ellos. Iba a durar más y ser más sangriento, pero realmente la Argentina podría haber tomado muchas más cosas en cuenta para pelearla más.

—¿La conducción militar y política era capaz de guiar a la Argentina a un triunfo?

—Notábamos esa falta de decisión. Por un lado, de la parte del comando en tierra, en el continente nunca se tomó conciencia de decir: “Si las vamos a recuperar, vamos a la guerra”. Creo que se dieron cuenta en el “mientras tanto”. Por el otro, yo también soy reacio a hablar de los “pobres chicos que fueron a la guerra”; los chicos han dejado el sentimiento, la vida, cada uno tuvo su historia… Todos fueron héroes y se bancaron lo que fuera. Si bien algunos habíamos estudiado para trabajar en el área naval, nos encontramos todos en el mismo lugar pisando tierra y recuperando lo nuestro.

—La alusión a los “pobres chicos” siempre fue en referencia a la escasa preparación militar y a la falta de provisiones y abrigo para hacer frente a las rigurosas condiciones climáticas.

—Nosotros carecíamos de noticias mientras estuvimos en alta mar y en las islas durante el conflicto. Una vez de regreso en el continente, empezamos a enterarnos de varias cuestiones. Lo que te puedo decir es que en mi buque, si bien estuvo todo muy racionalizado, no tuvimos inconvenientes. Yo no puedo asegurar todo lo que se dijo. Nuestros helicópteros sí dejaban municiones y provisiones aun en los lugares más alejados. Pero, claro, había soldados correntinos y chaqueños que pasaron de los 40 grados a los diez bajo cero. Y cada uno vivió su guerra: fijate el caso de ese destacamento de conscriptos que llegó a Malvinas un día antes de la rendición y peleó durante toda la noche para rendirse a las pocas horas.

—En lo personal, ¿cómo viviste el retorno al continente y las primeras semanas posguerra?

—Luego de garantizar la entrega de prisioneros en Madryn, nosotros navegamos hasta Puerto Belgrano. Allí me encontré otra vez en tierra, luego de varios meses movidos: yo había cumplido 19 años en un bar de Londres y los 20 en un buque en alta mar perseguido por un submarino. Tenía dos años más de contrato con la Marina. Pero no me sentía bien, no me podía afirmar. Así que, terminados los trabajos de reacondicionamiento del buque, conseguí una breve licencia y volví a Buenos Aires, donde vivía con mis padres. Estaba hecho un zombi, sin reacción. De nuevo en Puerto Belgrano me di cuenta de que ya no tenía ganas de volcar lo que había aprendido. Navegar era algo impagable, pero ya no era lo mismo todo, no me sentía capacitado para seguir recibiendo órdenes luego de lo sucedido. Entonces hice un intento por irme, ni siquiera retirarme porque no me alcanzaban los años. Pero no me daban la baja, porque todavía no había gente preparada para reemplazarme en aquel barco. Recién pude irme cuando asumió Alfonsín, en diciembre de 1983. Por una cuestión presupuestaria y de olvido del tema Malvinas, salió un decreto por el cual el que quería irse podía hacerlo. Ahí aproveché, me intentaron hacer estudios psicológicos y me negué, porque soy reacio a eso. Yo me fui de baja con una mano atrás y otra adelante.

—¿Cómo evaluás la actitud de los gobiernos que siguieron a la dictadura respecto de la situación de los excombatientes?

—Después de la guerra prácticamente del tema Malvinas no se habló nunca. El conflicto de Malvinas es inédito ya que la cantidad de víctimas por suicidios posteriores es casi igual a la de bajas que produjo la guerra en sí. El primer gobierno que tomó en cuenta la realidad del excombatiente fue el de Menem, que otorgó una pensión mínima, de $120 o $130. Esa ayuda salió casi diez años después, porque creo que fue en 1991. Era el primer reconocimiento y se aprobó con retroactividad al inicio del trámite, algo por lo que habíamos peleado, en mi caso, desde la Asociación de Veteranos de Guerra, a la cual pertenezco y donde no hacemos diferencias entre conscriptos o soldados de carrera. Debo reconocer que el actual gobierno de los Kirchner es quien más hizo por la situación económica de los veteranos, ya que la pensión que se cobra equivale hoy a tres jubilaciones mínimas.

—A treinta años, ¿cómo ves el futuro de nuestra soberanía en Malvinas?

—Yo creo que no va a pasar nada, que el habitante de Malvinas no quiere saber nada con la Argentina, que el tema de la guerra nos separó más y no creo que Inglaterra vaya a cerrar porque sí. Valoro que el tema esté instalado, que se hable, que esté entre los chicos y en la escuela, aunque sea porque justo ahora se cumple el 30.° aniversario.

—¿Has vuelto a Malvinas desde 1982?

—Hay compañeros míos que han viajado, pero es un tema personal. Ahora es relativamente fácil ir. Todavía no me hizo el clic de poder ir y mostrar el pasaporte. Si bien no les hacen problemas a los veteranos, aún no siento ganas.

—¿Cómo te reinsertaste en la sociedad?

—Una vez que me fui de la Marina, me tomé un par de meses largos antes de salir a la calle. Y nunca decía que había estado allá en las primeras entrevistas, lo ocultaba. Por entonces, iba a la cancha, pero arriba de todo en la tribuna, y ni me daba por gritar. De a poco fui saliendo, y Atlanta fue uno de mis cables a tierra. Con el tiempo, puse una pizzería chiquita en Flores y aprendí el oficio y me iba bien.

La pelea por Atlanta

Marcelo Aceto con el Bichi Paredes (el jugador con más partidos en la Primera de Atlanta) en la fiesta de recuperación de la sede social en mayo de 2007.

Marcelo Aceto con el Bichi Paredes (el jugador con más partidos en la Primera de Atlanta) en la fiesta de recuperación de la sede social en mayo de 2007.

Junto con otros socios que integraron la Comisión de Apoyo formada luego de la quiebra que la Justicia le dictó a Atlanta en 1991, Marcelo Aceto será recordado como uno de los que denodadamente pelearon para el club continuara con vida.

“Un día me vinieron a buscar Fabián ‘Crudo’ y dos muchachos más para avisarme que al club le habían colocado una faja de clausura. Lo primero que pensé fue que ‘en este país no quebró nunca un club, así que sólo será cuestión de horas’. Cerré la pizzería y fuimos para el club. Allí lo conocí a Ezequiel Kristal.”

—No fue precisamente una cuestión de horas y costó mucho trabajo y patrimonio levantar la quiebra.

—La quiebra no sólo era comercial sino que no querían saber nada con Atlanta. No había manera de que te atendieran al principio. No teníamos lugar dónde reunirnos. Un par de veces nos juntamos en mi pizzería, pero luego, como no habían cerrado las canchas de tenis, empezamos a hacer las reuniones allí. Concurrían Lucio, Omar Civale, Roberto Cusnir, luego un abogado, el doctor Lucio Ibáñez. Ahí veíamos qué se podía hacer. Pero el tiempo pasaba y la situación no se abría, y ahí Kristal tomó la posta de empezar a golpear las puertas de los juzgados y de la AFA. Ahí se arrimó también Broda.

—¿De qué modo se arrimó?

—Yo recuerdo que estábamos un día reunidos en el Masters y de un coche bajó un grandote, de traje, que preguntó: “¿Qué pasó? ¿Qué se puede hacer?”. Fue acercándose más gente, como Apaz, Julio Jablkowski, y así todos nos íbamos enterando de qué pasaba. Yo era un tipo que tocaba el bombo en la tribuna, así que poco entendía de cuestiones legales.

Los años de la época de la quiebra. Marcelo Aceto, miembro de la Comisión de Apoyo, abajo, a la izquierda. En la foto, entre otros, los jugadores Salas y Chesini, el utilero Loco Daniel y su ayudante Hugo Pérez.

Los años de la época de la quiebra. Marcelo Aceto, miembro de la Comisión de Apoyo, abajo, a la izquierda. En la foto, entre otros, los jugadores Salas y Chesini, el utilero Loco Daniel y su ayudante Hugo Pérez.

—¿Cómo se dio la pelea?

—Recorrimos un camino larguísmo, durísimo. El club tuvo fecha de remate y hasta sus jugadores salieron en un edicto. Lo único que teníamos sin cerrar es Celina y el Masters.

Fue un derrotero de papeles y fotocopias. Yo personalmente iba tres veces por día durante varias semanas al juzgado del doctor Bargalló. Finalmente, el juez nos autorizó a volver a jugar fútbol pero prometiéndole de que Atlanta no iba a perder plata. Así que lo que se perdiera iba a salir de los bolsillos de la comisión. Desde ese momento, jugamos martes, jueves y sábado para ponerse al día. Y los pibes que jugaron pusieron todo, pero había que estar al lado de los jugadores: comprarles y cocinarles fideos, llevarlos a entrenar a parque Los Andes. A todo esto, se seguía buscando la manera de levantar la quiebra. El principio de solución llegó cuando tuvo lugar el avenimiento de los doscientos acreedores de la quiebra y Atlanta se desprendió de la sede social. Mucha gente dice aún que la vendimos regalada, pero no ocurrió eso. No es que se vendió al mejor postor, sino que la empresa Su Supermercados trajo las doscientas firmas por las cuales reconocían que la deuda con ellos se había saldado, a cambio de lo cual se quedó con la escritura de los terrenos donde se levantaba la sede. Para mí no había otra solución. Y se había especulado con otras medidas, como vender la cancha y levantar otra en Celina, pero yo creo que lo que se hizo era lo único posible.

—Contanos cómo era Ezequiel Kristal.

—Yo tuve que cerrar la pizzería, porque me fui involucrando en Atlanta, y ahí Ezequiel Kristal me dio afortunadamente laburo, de modo que mi opinión podría no ser muy objetiva, pero sí te digo que Ezequiel era un fenómeno y un loco al que había que controlar. Pero fue quien nos aglutinó.

—¿Y Broda?

—Yo hablo de Broda durante la quiebra, cuando me tocó conocerlo. Fue alguien indispensable para el levantamiento de la quiebra. Él abrió puertas importantísimas para que Atlanta continuara existiendo. Luego, yo me fui del club y no puedo opinar sobre lo que se dice acerca de que compensó la plata que puso con pases de los jugadores. Sí digo que Ezequiel perdió plata y terminó radicado en Puerto Iguazú, sin haber recuperado nada. Por entonces se hablaba de que había un pacto entre ellos para recuperar lo que habían puesto. Si ello fue cierto, no se cumplió, pues Ezequiel nunca vio nada de lo que puso.

Marcelo Aceto continúa sufriendo en cada partido de Atlanta en la platea. Su trayectoria en la Comisión de Apoyo ya fue reconocida en una plaqueta muy especial que el club entregó el día de los festejos del centenario de Atlanta, en 2004, a todos sus integrantes. Resta aún un justo y merecido reconocimiento oficial e institucional a su paso por las islas Malvinas como parte de quienes pelearon por los justos derechos soberanos de la Argentina frente a la usurpación que durante décadas el imperialismo inglés ha sometido al archipiélago.


Fecha: 04/04/2016.
Categoría: .
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